La hipertensión arterial es una de las enfermedades crónicas más frecuentes y silenciosas en el mundo. En Argentina, entre el 35% y el 40% de los adultos convive con esta condición, pero más de la mitad lo desconoce. El 60% de los hipertensos permanece sin diagnóstico, y solo uno de cada cinco logra mantener su presión bajo control. Esta falta de tratamiento tiene consecuencias graves: infartos, accidentes cerebrovasculares (ACV), insuficiencia renal y muerte prematura.

En este contexto, tres de las principales sociedades científicas del país —la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial (SAHA), la Sociedad Argentina de Cardiología y la Federación Argentina de Cardiología— se reunieron para actualizar sus guías clínicas.

El nuevo consenso establece un cambio clave: el umbral de presión "normal" se reduce de 14/9 a 13/8 milímetros de mercurio (mmHg).

"Esta es una actualización basada en la mejor evidencia disponible. Hace siete años empezamos a unificar criterios y hoy reafirmamos ese compromiso", explicó Pablo Rodríguez, presidente de la SAHA. El nuevo documento —que se publicará próximamente en una revista científica— redefine los valores normales y limítrofes, en línea con las guías internacionales.

Según Rodríguez, se considera presión arterial normal aquella por debajo de 130/80 mmHg. Los valores entre 130/80 y 140/90 se clasifican como "presión limítrofe" o prehipertensión. En esos casos, si bien no siempre se requiere medicación, es fundamental modificar el estilo de vida.

El impacto potencial de esta actualización es significativo: podría evitar hasta el 15% de los infartos y el 18% de los ACV. La lógica es clara: cuanto más baja es la presión arterial dentro de un rango saludable, menor es la carga para el sistema cardiovascular.

Una enfermedad silenciosa y mortal

"La hipertensión es un problema tan frecuente como subestimado. Ajustamos los valores con evidencia internacional, pero muchos médicos ni siquiera toman correctamente la presión, y menos aún tratan adecuadamente a sus pacientes", advirtió el neurólogo Conrado Estol. "Es una paradoja: es fácil de diagnosticar y tratar, y sin embargo sigue siendo la principal causa de muerte por infarto, ACV y también por demencia", agregó.

Estol señaló que muchos pacientes llegan al consultorio con síntomas neurológicos vinculados a una hipertensión no detectada o mal controlada, lo que demuestra las fallas del sistema de salud en la atención primaria.

Más allá del número: nuevas estrategias de control

El nuevo consenso no se limita a un valor numérico. También propone mejorar las estrategias de tratamiento dentro y fuera del consultorio, con foco en el control domiciliario de la presión arterial y en la personalización de las intervenciones.

El neurólogo Alejandro Andersson, director del Instituto de Neurología de Buenos Aires, destacó que la actualización se basa en metaanálisis recientes y guías internacionales como las del American College of Cardiology y la American Heart Association. También citó el estudio SPRINT, realizado en más de 9.000 adultos mayores con hipertensión, que demostró que mantener la presión por debajo de 130/80 reduce significativamente los eventos cardiovasculares y la mortalidad.

"Valores que antes se consideraban como 'alta-normal' (130-139/85-89) duplican el riesgo de ACV y triplican el riesgo de insuficiencia cardíaca en poblaciones vulnerables", explicó Andersson.

Mantener la presión en 14/9, en lugar de bajarla a 13/8, incrementa de forma significativa el daño progresivo al sistema cardiovascular: mayor riesgo de infartos, ACV, insuficiencia renal, daño ocular y también deterioro cognitivo. "Cada vez hay más evidencia de que la hipertensión mal controlada se asocia a demencia vascular y enfermedad de Alzheimer", añadió.

La importancia del control regular

El neurocirujano Matías Baldoncini, del Hospital Petrona Villegas de San Fernando, remarcó la necesidad de controles frecuentes, incluso con tensiómetros digitales. Recomendó especialmente estar atentos en personas con antecedentes familiares, ya que la hipertensión no suele dar síntomas hasta que el daño ya está hecho.

El consenso médico advierte que, en una enfermedad silenciosa pero prevenible como esta, el diagnóstico temprano y el control sostenido pueden marcar la diferencia entre una vida sana y una discapacidad permanente o la muerte.

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